“Llamemos a las cosas por su nombre”. Esta frase, por fuera de ser un lugar común, puede enmarcar perfectamente uno de los grandes dilemas de la comunicación social de este siglo: “noticias falsas”. ¿Se puede llamar a este fenómeno de tal manera?
En el mundo anglosajón, el término fake news fue popularizado y normalizado una vez que el Diccionario Oxford lo aceptó en 2017 como una noción de ese movimiento intenso de las redes sociales, en las que se lanzan verdades a medias o engaños completos y que no se compadecen de la realidad. De ahí en adelante empezó a posicionarse en la academia, sobre todo en las comunidades de la sociología y de la comunicología… y se ha quedado ahí.
En una de las varias charlas sobre el oficio del periodismo en medio de la pandemia, el catedrático Pablo Escandón, director de la especialización de comunicación digital de la Universidad Andina Simón Bolívar, trajo a colación este fenómeno y explicaba que en el diálogo de la comunicología en español al menos hay la conciencia de que este término, noticias falsas, debe ser superado.
Es obvio que el término resulta, por demás, desafortunado. No hay noticias falsas, hay mentiras. Así de simple. De ahí que Escandón cite al connotado teórico español Ramón Salavarría, quien propone desterrar esa noción
de las noticias falsas y hablar de ellos como lo propone la Real Academia Española de la Lengua (RAE): bulos.
Así, se puede colegir que en vez de decir noticias falsas, se las debe identificar como mentiras. O, mejor aún, bulos.
Esta lucha no solo embarca a la terminología, sino a uno de los componentes simbólicos de la sociedad de la información, el periodismo. Si la gente continúa hablando de noticias falsas, la seguridad de conseguir información va a decaer. El desconcierto y la incredulidad marcarán las acciones en la sociedad de la información.
Estas reflexiones fueron expuestas en un foro internacional, en el que participé, realizado por el Consejo Nacional Electoral (CNE), llamado “Experiencia Periodística y de Medios de Comunicación sobre la desinformación y las noticias falsas en los Procesos Electorales”. Allí expuse estas consideraciones junto con las acciones efectivas de este medio para evitar la propagación de los bulos.
Uno de los problemas básicos de los bulos es que se propagan porque las personas suelen creer lo que les llega a sus redes sin mediar una posición crítica. Así que lo principal es investigar, es decir, contrastar y si es necesario publicarlas.
Esto, porque otra de las acciones innatas de las redes sociales es que crean burbujas en las que solo se amplifican los sentimientos de pertenencia a un grupo y excluyen a las posiciones opuestas a las preferencias de las personas. De ahí que los autores de los bulos tengan identificada claramente esta mecánica y la exploten al máximo para posicionar sus temas de interés, aprovechando que los usuarios de redes sociales son sus aliados incondicionales y amplifican los bulos.
Así que el papel de los medios sigue vigente en la era de los bulos.
elcomercio.com